Algunos comentarios sobre Veneno para las hadas (1986, Carlos Enrique Taboada)
Descripción de la publicación.
8/31/20253 min read


En las películas de terror los niños suelen ser: 1) Inopinadamente irritantes (no necesariamente para los personajes, pero sí para el espectador) 2) Deliberada y ostentosamente siniestros.
Podríamos hablar un buen rato sobre la primera categoría y sus subcategorías: 1) El niño que se comporta como adulto 2) El niño genio 3) El niño acosador escolar 4) El niño que no es siniestro pero es raro, rarísimo. 5) El niño que es niño y porque es niño es también un mal actor. Siendo generoso, diré que el hijo de Naomi Watts en The Ring llena tres de estos casilleros.
Pero no es hablando de ese tipo de niño que pretendo abordar Veneno para las hadas, dirigida y escrita por Carlos Enrique Taboada, el gran maestro del terror mexicano y creador de otras joyas como Hasta el viento tiene miedo (1968). Vamos a los otros, a los siniestros, a los turbios de toda turbiedad. Dentro de esos, distinguimos dos subcategorías: 1) Los posesos o “sobrenaturales”: bastará con nombrar a Damian, de La profecía, y a Regan, de El Exorcista. 2) Los loquitos, los que les falta un tornillo o directamente son unos psicópatas. Los hay en El Otro (1972, Robert Mulligan), Bad Seed (1956, Mervyn LeRoy) y en unas cien mil películas más.
Veneno para las hadas pone en duda estas categorías.
Las dos niñas que nos presenta, Flavia y Verónica, son encantadoras, cada una a su manera. Quiero decir, lo son en un principio... Yo no creo que la película apueste a la ambigüedad, como dicen algunos críticos. Nunca nos preguntamos si Verónica es o no una bruja de verdad, porque la trama nos deja claro que no lo es, salvo que uno tome lo de bruja en un sentido simbólico. Nosotros, desde nuestra mirada adulta, siempre sabemos que se trata de la típica relación de dominio que una niña avispada ejerce sobre su amiga más inocente.
Y sí, a mí se me pasó por la cabeza que la película iba a terminar como terminó. Pero siempre como posibilidad, nunca como certidumbre y menos como certeza. Ese final tan brutal, tan repentino y a la vez tan orgánico, me recuerda a la ya mencionada El Otro.
La película casi no ha envejecido en el aspecto técnico. Hay algunos planos muy logrados, por su expresividad y su eficacia narrativa. Es magistral la decisión de no mostrarnos nunca la cara de los adultos. Nunca, salvo en dos ocasiones, vinculadas con la enfermedad y la muerte. El recurso se sostiene con tanta naturalidad que a los pocos minutos ya ni le prestamos atención, como si fuera lo más normal del mundo.
Es fama que los padres no saben nada de sus hijos, ni los adultos saben nada de los niños en general. Son dos especies que comparten el espacio físico, pero habitan mundos mentales diferentes. Por eso el padre de Flavia no se contiene a la hora de decirle que antiguamente quemaban a las brujas, ni la madre de Verónica vacila a la hora de improvisar la receta del veneno para las hadas. No se imaginan que para los niños todo es real, todo es literal, y todo dicho puede ser llevado al hecho. Es decir, todo niño tiene algo de psicótico.
Estos nos lleva de nuevo a los niños y la maldad, y al modo en que la maldad de los niños se suele representar en el cine. Acá hay hay una niña mala de verdad. Con esto quiero decir: una niña mala del modo en que son malos los niños. La de Verónica es una maldad inocente. Una maldad casi instintiva, primaria. Uno puede darle el beneficio de la duda, suponer que ella no es consciente del daño que le provoca a su amiga. Si hubiera sido mala en un sentido adulto, es decir, si hubiese estado en posesión de una maldad calculada y escrupulosa, hubiese sabido cuándo parar, cuándo dejar de tensar la soga.
En la película hay apuntes, en algún momento quizás demasiado subrayados, sobre el rencor social. El hada es Flavia, por supuesto: la chica rica a la que se lo consienten todo. La bruja es Verónica, que perdió a sus padres y convive con su abuela enferma —la broma pesada en la que participa involuntariamente la abuela es una escena memorable—. Resulta interesante que el hada no sea la rubia sino la morocha: toda una subversión de estereotipos en la época en que los estereotipos subvertidos no se habían convertido en los nuevos estereotipos.
Esto es como la fábula del escorpión, y por partida doble: Flavia manipula porque es lo que naturalmente “le sale”; y Verónica consuma su venganza, o su defensa, por el mismo motivo: lo del perrito ya era demasiado.
¿Cuántas veces el fuego crece y crece y nadie se da cuenta hasta que es demasiado tarde? En 1976, diez antes de Veneno para las hadas, un director español se preguntó quién podía matar a un niño. Para Carlos Enrique Taboada la respuesta es evidente.