H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida.
Un breve comentario sobre el interesante libro que Michel Houellebecq escribió sobre Howard Phillips Lovecraft.
Alejandro Baravalle
3/10/20252 min read


Al Houellebecq que escribió este ensayo le faltaban tres años para publicar su primera y exitosa novela, Ampliación del campo de batalla (1994). Quizás sintió que no tenía aún la suficiente relevancia como para hablar en su nombre, así que decidió hablar de su pesimismo a través de Lovecraft.
En cuanto a sus temas y formas, difícil imaginar dos escritores más disímiles. Aunque un Houellebecq más maduro, el que escribirá un prólogo para este libro de 1991, nos devela una influencia:
Es evidente que, a título personal, yo no he seguido a Lovecraft en su odio por cualquier forma de realismo, en su rechazo asqueado de cualquier tema relacionado con el dinero o el sexo; pero puede que, muchos años después, haya sacado provecho de estas líneas en las que lo elogiaba por haber «hecho estallar el marco del relato tradicional», por la utilización sistemática de términos y conceptos científicos.
Ya adentrados en el libro en sí, empieza a justificarse el título (si acaso hacía falta):
Ahora escuchemos a Howard Phillips Lovecraft: «Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada logra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores.
Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Necesitamos un antídoto supremo contra todas las formas de realismo.
Cuando uno ama la vida, no lee. Ni tampoco va mucho al cine. Digan lo que digan, el acceso al universo artístico queda más o menos reservado a los que están un poco hasta el gorro.
Lovecraft llegó a estar un poco más que hasta el gorro.
Después, siempre con la excusa de indagar la cosmovisión de Lovecraft, nos dirá que el universo no es más que una furtiva disposición de partículas elementales.
Estas citas podrían haber formado parte de La conspiración contra la especie humana, libro de otro pesimista contemporáneo (y lovecraftiano), Thomas Ligotti. Pero este ensayo de Houellebecq (que él considera más bien una especie de novela) no consiste en una serie de diatribas contra la humanidad y el cosmos. O no consiste sólo en eso. Es interesante el análisis que hace sobre la estructura de los grandes textos de Lovecraft, que no van de lo cotidiano a lo numinoso, como en el cuento fantástico tradicional, sino que nos sitúan de plano en el horror de existir. Ya empiezan, digamos, con una nota muy alta (o muy baja, según se mire).
Houellebecq también le dedica varias páginas al racismo de Lovecraft pero no para justificarlo o pedirnos que lo toleremos, y mucho menos para indignarse ante él. Lejos de esas estrecheces contemporáneas, sabe trazar una evolución en ese racismo, que primero fue un racismo educado, típico de un caballero de New England, hasta que, tras el definitorio viaje a Nueva York, exaltó en Lovecraft emociones tan literariamente fértiles como el asco, el odio y… el miedo. De ahí salieron esos textos desaforados, tan excesivos como brillantes, en los que abundan criaturas mongoloides y simiescas, pueblos que practican ritos abominables y entidades inconcebibles. El racismo no es un defecto moral de “Lovecraft persona”: es su inspiración, es el sentimiento que lo ha convertido en el escritor que fue.
En los grandes cuentos de Lovecraft la víctima es siempre el mismo personaje: un sosias del propio Lovecraft. El solitario de Providence ha convertido su odio no en sadismo sino en masoquismo. Y así, en palabras de Houellebecq:
Este hombre que no consiguió vivir consiguió, finalmente, escribir.